martes, 28 de octubre de 2014

Miguitas de pan


No escribiré tu nombre.
Si me paro a contemplarme me diluyo.
Este griterío en mi cabeza, en esta ciudad tan grande que no me verá llorar. 
Esta ciudad tan llena de pretéritos; tan viva de muertitos y tan de moda en su crisis jocosa, echándonos la culpa de todo a bocajarro.
Pero ha llegado noviembre y ya han colgado las luces que esperan la consigna que dicte: ¡Consumid y ser felices! ¡Llega la Navidad!
A esta ciudad tan llena de desahucios, tan lacrimosa y tan ciega de otras lágrimas.
Al amor de aprendernos también lo desahuciamos.
Y yo que iba vestida tan bonita.
Tan bonita y tan limpia fui contigo, que sólo te dejaba mis palabras, que como decía mi abuela: podrían muy bien haber sido miguitas de pan. 

"Si quieres conquistar a un chico que te gusta, sólo tienes que ponerte bonita y dejar a tu paso miguitas de pan blanco para él...
Los hombres, son así de sencillos". 
Eso me decía...
Pero esta tarde supe que yo te dejé mis migajas de pan para nada. Que yo desperdicié mi pan para quien no se atreve al hambre. 
Para quien ya tuvo bonitas vistiéndole el amor y no subió al amor de las bonitas, ni supo cómo amarse jamás de los jamases.

Lecciones aprendidas: 
"Lo que no ha de ser para ti, déjalo volar"
Tú me lo decías, madre-abuela y yo tan torpe.
Pero sé muy bien que esto, no es un poema ni yo soy poeta.
Soy la mujer oceánica. La que ahonda los mares y se ahoga en su propia sed de mar.
Esto no, no es un poema. 
Aquí sólo se cierra la historia más antigua de la humanidad. 
Parece que mi tonto corazón no ha cesado de insistir en buscarte y buscarte, para dejar sus migajas por esta ciudad tan grande que como nosotros, tampoco se sabe amar.
Tantas migajas en vano...
Y yo que sólo siento madre-abuela, que hoy pago la culpa de no haber correspondido, más de una vez, a otras miguitas.
Todo es una absurda ecuación que no podemos resolver. 
No aprendemos a amarnos ni a despejarnos la X. 
Soñamos y sabemos que un día; o aprendemos a amar de verdad o moriremos de "Nada" con las agendas repletas, en esta ciudad tan jaula.
Este griterío bailando en mi cabeza. Migajas que se retiran hacia su acabose el pan. 
Si me paro a contemplarte: sólo lloro y me diluyo.
Soy la mujer oceánica. La mujer del verbo y de la sal.
Aun así, no escribiré tu nombre. 
Tú nunca lo leerás. 



"mujer de aire"

1 comentario:

Rafael dijo...

Todos, alguna vez, hemos seguidos estas miguitas de pan con una ilusión en el alma.
Un abrazo.