miércoles, 12 de mayo de 2010

Cartas a María




Cartas a María…


Corriendo con lobos

Tú lo sabes abuela…
Yo era pequeña, etérea, soñaba que volaba, siempre soñaba que volaba, hasta despierta muchísimas veces me creía que volaba. Y así tú me llamabas la "niña de aire…"
Fui rebelde, cuando la vida no me había enseñado aún a ser rebelde y fui una gran soñadora, alma soñadora y fantasiosa y los sueños aún no habían tenido tiempo de soñarme a mí, a mis mundos y a mi niña de aire creciéndome dentro.
Era sólo una chiquilla, llena de rizos y de pecas, una niña esponja que se bebía el mundo con sus ganas de saber y tú me decías que era de "carne y de cielo" y a mi me daba la risa y entonces te enfadabas bastante y sostenías muy seria el dedo señalándome, justo ahí en medio del pecho, para decirme que había en mí un cachito de cielo, un cachito de Dios, uno de esos pedacitos que él había repartido por el mundo entre las gentes y que no lo olvidara nunca, nunca…
Yo tenía entonces mis alas, tú me las pintabas cada tarde a la sombra de las parra, junto al romero, debajo de la higuera.
Me hiciste ser libertaria en todo lo que hacía y me enseñaste a ver lo que tú llamabas “los estigmas del alma” en las personas, y eso era ver su luz o su sombra reflejada en el fondo de los ojos.
Y así fue como aprendí a ver quien era bueno y quien no me gustaba nada, sólo con mirarlos, con sostenerles al temple la mirada…
Era tan niña que no comprendía aún sus “pros” ni sus “contras”, no entendía absolutamente nada de sus interrogantes o espesas palabras, solo veía el estigma que llevaban y cerraba los ojos, los oídos y los puños…
Entonces abría las alas y me iba para no me distraerme de lo verdaderamente importante, que entonces era soñar, jugar y aprender a tu lado.
Y comer chocolate y almendras garrapiñadas al caer la tarde...

Todo lo demás, quedaba aparte y tú lo sabes abuela. Era un aparte gigantesco, que no me importaba nada, que no afectaba a mi mundo niña en lo más mínimo.
El día que te marchaste y mi realidad se puso del revés…caí en ese un punto cero sin retorno, sin respuestas, ni esquemas, ni razones y con demasiadas preguntas…

No pude entender a ese buen Dios tuyo que de tan egoísta que era, te arrancaba de mi lado para llevarte hasta un cielo, un cielo en el que yo ya jamás podría volver a verte.
Era libertaría, tú me habías enseñado a serlo. A tener voluntad propia, a decidir mi vida. Así que decidí no creer más en tu buen Dios del amor. Iba a ser atea, aunque a ti no te gustara, aunque a él no le gustara, aunque solamente tuviera 9 años y mi madre me diera un cachete cada vez que le decía que no quería ir a las misas y así rezar junto a ella por tu alma. ¿Alma? ¿Qué alma ni que carajo? Si tú ya no estabas a mi lado, protestaba llorando de rabia...
Perdóname abuela, tú fuiste la primera muerte de mi infancia y siendo uno niño no está preparado nunca para perderse el privilegio de tener un ángel guardando sus espaldas y sus sueños.

Aún así, sabes que traté de seguir soñando, siempre soñando y de recordar en cada duerme vela tus palabras.
Sin darme a penas cuenta, se me cambió aquel cuerpo pequeño de niña y el color de mis mundos detrás de los espejos se llenó de agujeros, por los que de tanto en tanto, se me colaban personas que no me gustaban nada, ni por sus ojos, ni por sus formas, pero eran poderosas y yo de aire y me pesaban, me dominaban, y me apesumbraban intensamente, porque arrastraban consigo tantos pros y tantos contras, tantas cosas que ya no debían, “según ellos”, dejar de hacerse, o dejarse aparte porque eran súper-importantes… aunque no quedase tiempo para soñar ni para ser siquiera lo que uno mismo era.
Empecé a hacer las cosas súper importantes que todo el mundo hacía, porque ya no era una niña, porque ya era una mujer, porque tenía que ganarme la vida y el pan, pero sobre todo porque había decidido ser atea.

Y no quise darme cuenta de todo lo espantoso que llegaba a ser aquello, que me estaba haciendo un alma demasiado densa, que ponía vendas ciegas sobre mis ojos ciegos, que ya no me revelaba contra nada, ni contra nadie, que se torcían mis alas y aún teniendo muchas razones para volar, no sabía o olvidaba cómo diablos hacerlo.
Ya nadie me dejaba "ser", nadie me dejaba ser yo misma, porque yo me había hecho un corazón cobarde a la medida perfecta de la moda de los tiempos.
Me levanté una mañana trastornada... comprendí que aquello si no me movía, si yo no lo movía, si no lanzaba al abismo mis errores, mi arrastre por el mundo de los síes y del conformismo, nada cambiaría jamás.

Había que ser huracán y ser cómo el huracán o quedarse como brisa suave y permanente enredada cual danza entre las sombras del mismo círculo vicioso, siempre el mismo círculo amargo de querer y no poder.

Había que salvarse de ser cordero, dejar atrás el pellejo algodonoso y empezar a correr junto a los lobos. Tenía que aullarle a esas noches desgarradas y atreverme al fin a ser yo con todo el peso de mi alma y a beber de la vida con la intesidad necesaria de cada momento.
Entonces abuela, fue cuando me demudé de aquella piel de cordero que ya no sentía mía y empecé a ser loba para correr junto a ellos, para volver a ser rebelde, niña, mujer valiente y libre.
Y con mi primer cachorro entre los brazos, abuela... (Y pensar que ahora ya tiene 15 años, que si lo vieras tiene tus mismos ojos y tu risa, y que me hace sentir cómo extraña pensando que has vuelto ahí mismo, camuflada en su piel de niño para alumbrar de nuevo mi camino) Ha sido con él abuela, con quien empecé a creer de nuevo en la magia maravillosa que tú me contabas que existía, en la fuerza arrolladora que tiene la vida y en los cachitos de cielo que todos llevamos dentro, que mi hijo lleva dentro y le asoma como un bello estigma por los ojos.
…. Nunca es tarde abuela, nunca es tarde…ahora vuelvo a ser rebelde, corro con los lobos y ha regresado hasta mi corazón tu buen Dios del amor.

Mayde Molina




Imagen "golondrinas" de Teresa Salvador, "Fábulas" en Flickr: http://www.flickr.com/photos/teresafabulas/4514056421/sizes/o/

1 comentario:

Teresa Fábulas dijo...

Intimista, tierna, valiente... maravillosa carta a María.
Me alegro que seas loba y que hayas recuperado tu cachito de cielo!
Un beso