viernes, 22 de enero de 2010

Seducir a un ángel



Acababa de despertarse de un mal sueño.
Otra vez su recuerdo. Solitario y vagabundo en la noche. Enredado a los pies de su deshecha cama. Maldita sea.
Se preguntaba por qué tenía que acudir sin su permiso cuando estaba tan dormida y en baja guardia.

Claro; había sido un amante casi perfecto. Pero por primera vez en su vida, un amante sin besos. También y no precisamente por primera vez: un perfecto sinvergüenza, un devastador de corazones, un alma pálida y fría, y un vándalo inmaduro carente de entrega y acorazado de sentimientos precarios.

Y cada vez que eso mismo le sucedía, la noche le traía el más triste de los recuerdos, aquel en que cada “él” opaco de su vida, volvía a acorralarla entre las sábanas, en su mundo frágil de aire y sueños, en su piel desvanecida por el frío y cruel silencio de la noche...

Y también cada vez, al despertar al día siguiente, pasaba las horas obligándose a olvidar al nuevo “Él”.

Tenía que aprender al fin la lección. No podía caer una y otra vez en la misma cantinela. Y el corazón mientras es ciego y niño, parece ser que sólo aprende a guantazos.
Así que esa misma mañana, mientras se metía en la ducha Lucía se dijo a si misma:

_La próxima vez, voy a seducir a un ángel.




Una buena dosis de café, siempre tan justa y necesaria. Salir corriendo para el trabajo, un día más.
Sin nada más en la cabeza, que sobrevivir para que al recuperar todas sus fuerzas tener el poder de seducir, al fin, a un ángel.

Había pasado un día o una eternidad entera cuando llegó aquel momento. Sentada frente a un libro y un café exageradamente largo, lo vio atravesando la puerta. Allí estaba su ángel, a diez pasos de ella. Siempre allí, mirándola y ella sin verlo.
Sus ojos se cruzaron, temblaron las puntas de sus dedos tratando de sostenerse al suelo. Él se sentó en la mesa de en frente mientras le sonreía.

A veces, una sonrisa es suficiente para presagiar un mundo entero.

Una aureola azul envolvía la cabeza de su ángel, hubo un gesto instantáneo en el que él unió sus manos e inclinó ligeramente su rostro hacia ella y creó un silencio vivo en su interior, hasta que salió lentamente de sus labios una palabra que ella no había oído nunca antes pronunciar:
Namasté





Su voz era dulce, sus gestos estaban llenos de vida. Su mundo era transparente; no había misterios, no había dudas ni temores, ni el miedo eterno al compromiso, porque él era un ángel y los ángeles , al contrario de los hombres, viven comprometidos a la eternidad del amor verdadero.

Hubieron muchos más cafés, infinitas tardes de complicidad y ternura, gestos y miradas cálidas, hasta que una tarde llegó el primer beso.

Y el primer beso en un nuevo amor, era para Lucía siempre un momento muy importante. Porque ella sentía como dejaba una finísima presencia en sus labios, cómo era el propio corazón el que salía a recibirlo, a acompañarlo al rincón donde iba a vivir siempre. Un lugar único que nacía con él y se poblaría día a día de nuevos besos…

Al fin iban a pasar su primer fin de semana juntos, ella estaba muy emocionada. No podía ni siquiera imaginar lo hermoso que iba a ser hacer el amor con él, con su ángel, despertar amaneciendo a su lado.

Una casita de madera en las montañas, una hoguera encendida, una suave melodía, la voz del ángel arrullándola... Y un nuevo mundo recién estrenado de besos.

Besos amapola
Besos cálidos
Besos dulces
Besos encadenados
Besos intensos y satinados
El alma puesta en cada beso

******


Llegaron a estar desnudos frente a la hoguera, las pieles pobladas de rastros de besos. La tenue oscuridad confundía sus siluetas, las fundía en una única armonizada a la luz de las ascuas.

Sus manos eran ardillas subiendo hasta las copas de los deseos más plácidos. Moldeaban la caricia, cercaban el instante, la pausa y el anhelo. Daban forma y nombre a cada territorio, a cada rincón del cuerpo, excepto al sexo.

Extraño momento en que Lucía, bajando sutilmente su mano sobre el vientre de su amante, fue a posarse en aquel lugar en que él todavía no la había acariciado a ella.
Entonces lo recordó: los ángeles no tienen sexo.
Unas lágrimas se deslizaban por el rostro de él cuando observó la expresión indescriptible en los ojos de ella.

_Puedo amarte de mil maneras, pero no de esa.

Lucía cerró los ojos, le abrazó con todas sus fuerzas, volvió a abrirlos para mirarlo y plenamente convencida le dijo:


_No me importa, tengo más que suficiente con todo lo que me das... tus manos, tu piel, tus caricias, tu mundo de besos.

Aquel era el precio de haber seducido a un ángel…

Aquella noche, un verdadero ángel la estaba amando; la creaba y demudaba de nuevo con cada roce de sus labios y nada más le importaba.

Durmieron el resto de la noche, ella amaneció entre sus brazos. La luz del cielo teñía de azules la mañana, apenas un par de ascuas quedaban aun encendidas y se sentía un poco de frío en la estancia, pero la calidez que desprendía el cuerpo de su ángel era intensa.
Él era hermoso; dormía con la inocencia de un niño pequeño, quiso destaparlo para contemplarlo. Empezó a rozar su cuerpo con la punta de los dedos para que no se despertara.
Mientras dibujaba con el extremo de su índice círculos sobre el vello de su bajo vientre, sintió un vértigo que al instante se transformó en una inmensa sonrisa de dicha.
Y ya posó sin dudarlo la palma abierta de su mano sobre el misterioso valle que en una sola noche había florecido.

Aquel era su premio a no dejarse arrastrar por una vez en la vida, a los ciegos mundos del fuego devastador de sus pasiones.
Él y su mágico valle recién creado despertaron al instante bajo el roce de su tacto.
Se posó sobre ella y con su flor de amor la penetró, mientras la cubría de besos y la llevaba hasta su cielo, como sólo sabe hacer un verdadero hombre- ángel.

Namasté...
Mírate en mi corazón y verás el mundo con mis ojos

Namasté...
Me miro en tus ojos y veo el mundo con tu corazón
Único horizonte
tierra prometida
amor de ángeles

Dulce y radiante ella abrió al fin los labios para preguntarle mientras sonreía:

_Dime: ¿Así que es verdad que existen los hombres-ángel?

Pero él nunca le contestó, sólo le enseñó a creer durante el resto de su vida que así era.



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